Aprende más sobre los Reinos Mortales, el escenario fantástico de Warhammer Age of Sigmar y las innumerables facciones que compiten por la supremacía en esta era de guerra interminable.
Gobernada por los dioses gemelos Tyrion y Teclis, la magia de Hysh brilla como un faro a través del cosmos. Los aelfos y humanos que lo llaman hogar aspiran a vivir en armonía con los elementos.
Los ejércitos y facciones que compiten por el control de los Reinos Mortales representan las cuatro Grandes Alianzas del Orden, la Muerte, el Caos y la Destrucción. Descubre su lugar en la historia de Warhammer Age of Sigmar.
Los Reinos Mortales se resquebrajan y la corrupción engulle la tierra. La llama de la civilización se extingue. No obstante, las ciudades libres de Sigmar protegen sus ascuas; sus aguerridos ejércitos plantan cara a la ruina y la destrucción que los acecha. Estos mortales, valientes pero exhaustos, están dispuestos a sacrificar su vida para recuperar las tierras de sus ancestros.
Las Hijas de Khaine realizan sacrificios de sangre y libran sangrientos los combates de gladiadores, por lo que es fácil olvidar que en realidad son aliadas del Orden. Las aelfas de este violento culto viven por y para adorar a Morathi-Khaine, la encarnación de la deidad del Asesinato. El campo de batalla es su templo y el asesinato, su sacramento.
Los duardines Matafuegos son los ígneos hijos del dios muerto Grimnir. Cada uno lleva runas restalladas en la piel, las cuales refuerzan sus hachazos con fragmentos de poder divino. Los Matafuegos recorren los reinos en busca de ur-oro, una sustancia mítica de la cual se dice que contiene el alma de su creador errante.
Cuando sube la marea y la neblina envuelve la luna, los habitantes de la costa se echan a temblar, pues ambos fenómenos auguran la llegada de los Profundos Idoneth, los aelfos más ignotos de todos. Sus huestes níveas saquean las costas e incluso se aventuran hasta el interior, en busca constante de almas mortales con las que mantener con vida a sus congéneres.
Los Altos Señores Kharadron descienden de las nubes para aplastar sus enemigos, anunciando su llegada con andanadas de cañones aetéricos y una lluvia de proyectiles. Sus aliados saben que la batalla está ganada cuando sus delegaciones acorazadas llegan en su ayuda, aunque deben pagar un alto precio por ello, pues estos guerreros son tan robustos como astutos.
Los Lumineth Soberanos son una raza de aelfos forjada por los dioses Tyrion y Teclis con almas aélficas salvadas del vientre del Dios del Exceso, Slaanesh. Provenientes de Hysh, el Reino de la Luz, son maestros de las artes místicas por naturaleza y del arte de la guerra por entrenamiento y concentración. Buscan traer equilibrio al cosmos y encarnar el espíritu de Hysh como un reino construido para convertirse en la perfección absoluta y un lugar de iluminación.
Muchas son las leyendas que rodean a los Serafones. Se dice que han visitado los Reinos Mortales desde tiempos inmemoriales y que surcan el Vacío Etérico en naves-templo doradas llenas de tecnología desconocida. Enemigos acérrimos del Caos en todas sus formas, a menudo atacan de forma impredecible (pero imparable) en busca de un futuro que solo ellos saben cómo alcanzar.
Los Forjados en la Tormenta descienden de los cielos en grandes columnas de rayos y arrasan los campos de batalla de los Reinos Mortales para contener a las fuerzas del desorden. Todos son guerreros con habilidades sobrehumanas, arrancados de sus vidas anteriores para servir como campeones eternos de Sigmar en la larga guerra contra el Caos.
Desde el corazón del Reino de la Vida late un son de guerra. Reverbera a través de cada árbol, arroyo y brizna de hierba, brota por las venas de savia y se adentra en los cuerpos de los guardianes del bosque, de semblante pálido y corteza nudosa. Tales criaturas espirituales son los Sylvaneth, cultivados con amor por su diosa madre para defender el orden natural.
A medida que el Caos endurece su control en los Reinos Mortales y el derramamiento de sangre tiñe de rojo los ríos, la sed de batalla vengativa de Khorne aumenta. Las fuerzas saqueadores del Dios de la Sangre se deleitan con los actos de violencia cada vez más espantosos, pues a cambio de amontonar las entrañas y los huesos de sus enemigos en ofrendas sangrientas, reciben una merecida recompensa de su amado dios.
Desde lo más profundo de su cristalino laberinto fractal, Tzeentch juega con las sendas del destino. Sus seguidores acechan sin ocultarse en todos los reinos, y se bastan de magia y subterfugios para desgajar la realidad. Las relucientes hordas del Que Cambia Las Cosas se deleitan con la locura de lo desconocido y destrozarán la civilización con tal de lograrlo.
Los Hedonitas de Slaanesh abren un camino de violencia orgiástica a través de los reinos, con sus carnavales resonando con gritos agonizantes y carcajadas tintineantes. Estos sirvientes sádicos están en constante búsqueda de la sensación definitiva, ya sea a través de festines alucinantes, pura carnalidad o el desenfrenado espectáculo de la batalla.
Los Agusanados de Nurgle emergen de los páramos fétidos entre arcadas y gargoteos, bendecidos por la impía hinchazón de su señor. Dondequiera que van, las plagas se propagan sin control y ejércitos enteros sucumben a los generosos regalos de Nurgle. Son la entropía personificada, pues su dios sabe que toda forma de vida acaba por decaer y pudrirse.
Durante siglos, los pérfidos hombres rata conocidos como Skavens se extendieron bajo tierra como una infección bajo la piel, asomándose solo para bombardear a sus enemigos con horribles mutantes y máquinas. Ahora, tras siglos de intrigas y conspiraciones, sus complots por fin han dado fruto: los Skaven han llegado a todos los reinos y han emergido entre nausebundas explosiones de corrupción.
Más allá de los relucientes bastiones de Sigmar marchan los Esclavos de la Oscuridad, sombrías huestes de bárbaros y verdugos empeñados en derribar todo rastro de civilización. Muchos profesan un odio especial en sus corazones hacia sus congéneres mortales, pues estos los abandonaron a su suerte tiempo ha.
Caballeros valerosos, héroes brillantes y los últimos bastiones de esperanza en la oscuridad: así es como se ven a sí mismos los horrendos necrófagos de las Cortes Comecarne. En realidad, son poco más que monstruos balbuceantes que se alimentan de la carne de los vivos, extendiendo la maldición de locura de sus maestros vampíricos por todos los reinos cada vez que salen.
Entre gritos, emergen de la tumba las espectrales Noctánimas, víctimas de la maldad de Nagash. Castigadas por sus crímenes en vida con la servidumbre eterna al Gran Nigromante, su amargura las impulsa a luchar sin fin. Solo aterrorizando y masacrando a los vivos pueden encontrar un atisbo de satisfacción.
Como los soldados de élite del Gran Nigromante, los Osiarcas Cosechahuesos marchan hacia los reinos para llevar a cabo su eterna misión de conquista. Su estrategia, tanto dentro como fuera del campo de batalla, la dicta una lógica desapasionada, dejando vivos los asentamientos subyugados pero obligando a sus ciudadanos a entregar diezmos de huesos o afrontar la aniquilación.
La aristocracia Pudrealmas gobierna sus reinos en un espejo oscuro de nobleza mortal. Sus castillos están decorados con fuentes de sangre y sus ejércitos los forman únicamente fantasmas sin vida. Su vanidad y su creciente lujo apenas enmascaran a los monstruos que hierven a fuego lento bajo la superficie, consumidos por una eterna sed vampírica.
Las hordas de Tipejoz Nokturnoz acechan bajo la superficie de los reinos. Con ojos saltones y horribles y personalidades igual de abominables, las grots de estas tribus trogloditas son casi infinitos, aunque solo emboscan objetivos cuando tienen asegurada la ventaja. Con sus aliados troggoth moviéndose pesadamente entre ellos, infestan los rincones más profundos y húmedos de los reinos. Es allí donde maquinan sus planes, esperando que salga la Luna Malvada…
Recorriendo los reinos en busca de viandas deliciosas llegan los ogors, abriendo caminos circulares de devastación mientras devoran cualquier cosa a su paso. Estos brutos glotones son capaces de realizar increíbles hazañas de consumo e incluso pueden extraer energía sobrenatural de los desechos sagrados que crean.
Cuando los orruks están en pie de guerra, ni siquiera las ciudades más grandes de Sigmar están a salvo. Estos patanes de piel verde viven y respiran para la lucha, son muchos y pelean con una tenacidad resuelta nacida del simple deseo de ser los guerreros más grandes y malos de los reinos.
Cada uno de los hijos de Behemat es un gigante cuyo tamaño es casi incomprensible para la simple mente mortal. Cada paso que dan provoca temblores en la tierra y las paredes se desmoronan bajo sus puños. Incluso un pequeño pisotón de gargantes puede arrasar ciudades enteras, y los titanes se deleitan con la destrucción que dejan a su paso.
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